17 viernes
Rojo
Memoria,
SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Obispo y Mártir
MR p. 814 [846] / Lecc. II p. 907
Este obispo fue arrojado a las fieras en Roma, hacia el año 110. Por
imprevistas escalas de su viaje a Roma, camino del suplicio, dirigió
varias cartas a diversas Iglesias, que son un bellísimo canto de amor
cristiano: “Soy trigo de Dios y he de ser molido por los dientes de las
fieras, para llegar a ser pan limpio de Cristo”.
ANTÍFONA DE ENTRADA Gal 2, 19-20
Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero ya no soy yo el que vive,
es Cristo quien vive en mí; vivo en la fe que tengo en el Hijo de Dios,
que me amó y se entregó a sí mismo por mí.
ORACIÓN COLECTA
Dios todopoderoso y eterno, que embelleces el cuerpo sagrado
de tu Iglesia con el testimonio de los santos mártires, concédenos
que el glorioso martirio que hoy celebramos, así como dio a san
Ignacio de Antioquía eterno esplendor, nos dé también a nosotros
protección constante. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que
vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por
los siglos de los siglos.
PRIMERA LECTURA
[Abraham le creyó a Dios y eso le valió la justificación.]
De la carta del apóstol san Pablo a los romanos 4, 1-8
Hermanos: ¿Qué diremos de Abraham, padre de nuestra raza?
Si Abraham hubiera obtenido la justificación por sus obras,
tendría de qué estar orgulloso, pero no delante de Dios. En
efecto, ¿qué dice la Escritura? Abraham le creyó a Dios y eso
le valió la justificación.
Al que, gracias a su trabajo, tiene obras, no se le da su paga
como un regalo, sino como algo que se le debe. En cambio al que
no tiene obras, pero cree en aquel que justifica al pecador, su fe le
vale la justificación.
En este sentido, también David proclama dichoso al hombre
a quien Dios tiene por justo, independientemente de las obras:
Dichosos aquellos cuyas maldades han sido perdonadas y cuyos
pecados han sido sepultados. Dichoso el hombre a quien el Señor
no le toma en cuenta su pecado. Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL del salmo 31
R. Perdona, Señor, nuestros pecados.
Dichoso aquel que ha sido absuelto de su culpa y su pecado.
Dichoso aquel en el que Dios no encuentra ni delito ni engaño. R.
Ante el Señor reconocí mi culpa, no oculté mi pecado. Te confesé,
Señor, mi gran delito y tú me has perdonado. R.
Alégrense con el Señor y regocíjense los justos todos, y todos
los hombres de corazón sincero canten de gozo. R.
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Sal 32, 22
R. Aleluya, aleluya.
Muéstrate bondadoso con nosotros, Señor, puesto que en ti hemos
confiado. R. Aleluya.
EVANGELIO
[Todos los cabellos de su cabeza están contados.]
Del santo Evangelio según san Lucas 12, 1-7
En aquel tiempo, la multitud rodeaba a Jesús en tan gran
número, que se atropellaban unos a otros. Entonces Jesús
les dijo a sus discípulos:
“Cuídense de la levadura de los fariseos, es decir, de la hipocresía.
Porque no hay nada oculto que no llegue a descubrirse, ni nada secreto
que no llegue a conocerse. Por eso, todo lo que ustedes hayan dicho
en la oscuridad, se dirá a plena luz, y lo que hayan dicho en voz baja
y en privado, se proclamará desde las azoteas.
Yo les digo a ustedes, amigos míos: No teman a aquellos que
matan el cuerpo y después ya no pueden hacer nada más. Les voy
a decir a quién han de temer: Teman a aquel que, después de darles
muerte, los puede arrojar al lugar de castigo. Se lo repito: A él sí
tienen que temerlo.
¿No se venden cinco pajarillos por dos monedas? Sin embargo,
ni de uno solo de ellos se olvida Dios; y por lo que a ustedes
toca, todos los cabellos de su cabeza están contados. No teman,
pues, porque ustedes valen mucho más que todos los pajarillos”.
Palabra del Señor.
REFLEXIÓN: San Lucas nos presenta ahora el
inicio de un nuevo discurso, que sólo terminaremos
de meditar el sábado de la próxima semana. Oyentes
privilegiados de estas sabias palabras son, por
supuesto, sus mismos discípulos. A ellos Jesús los
pone insistentemente en guardia contra la «hipocresía».
Con una plena confianza en el Señor, ellos pondrán
vencer cualquier temor. En efecto, la fe excluye el
temor. Si Dios no se olvida ni siquiera de un humilde
gorrión, cuánto más cuidará del hombre, su vivo
reflejo. El creyente se sabe ligado íntimamente al
Señor, sea en el presente como en el futuro.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Acepta con agrado, Señor, la ofrenda de nuestro servicio, tú, que
recibiste a san Ignacio, trigo de Cristo, como pan purificado por los
sufrimientos del martirio que padeció. Por Jesucristo, nuestro Señor.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN
Soy trigo de Cristo, seré triturado por los dientes de las fieras y
transfigurado así en pan inmaculado.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Que el pan celestial que hemos recibido al conmemorar el
martirio de san Ignacio, nos dé, Señor, nuevas fuerzas para que,
con las palabras y las acciones, nos manifestemos como verdaderos
cristianos. Por Jesucristo, nuestro Señor.